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sábado, 21 de febrero de 2009

OFRENDA DE MUERTOS,


OFRENDA DE MUERTOS, MÁS DE 500 AÑOS DE TRADICIÓN
Nizarindani Sopeña
Mi abuela continúa una tradición que tiene más de 500 años de celebrarse en México, brindar una ofrenda a los muertos cada 1 y 2 de noviembre.
El altar lo prepara en su casa y cada año le ayudo a montarlo, como estoy segura que lo harán mis hijos y nietos cuando les toque venerar a quienes se les adelanten en el camino.
Cuenta mi abuela que los habitantes de México-Tenochtitlán creían que cuando moría una persona emprendía un viaje hacia el Mictlán (lugar de oscuridad), sitio donde permanecía hasta encontrar otro para descansar permanentemente, que bien podía ser el Sol o el Tlallocan (paraíso), según las circunstancias de su fallecimiento.
Para tal efecto, las tumbas aztecas se preparaban con los objetos que eran propiedad del difunto y que le pudieran servir en su camino o representar su nivel social, como lanzas, escudos, joyas, vasijas u ollas.
Al producirse la conquista española, y por consiguiente la evangelización de la población, se encuentra que tanto católicos como indígenas tienen puntos en común en la forma de ver la muerte y se mezclan diversos rituales para dar lugar a que los dos primeros días de noviembre se recuerde, a través de un altar, a los que ya no están con nosotros, precisamente para rememorar lo que a ellos gustaba e invitarlos a que nos visiten;
un encuentro entre el concepto de la vida y la muerte único en el mundo.
Actualmente, sobre todo en ciertos estados de la República Mexicana como Oaxaca -donde nació mi abuela-, Michoacán, el Estado de México e incluso delegaciones del Distrito Federal como Xochimilco y Tláhuac, la tradición de colocar grandes ofrendas permanece e incluso aumenta con el paso del tiempo; las generaciones se reúnen para conservar la magia de esta costumbre cien por ciento mexicana.
Su altar, mi altar
Yo creo que la abuela ha realizado este mismo ritual en su propia casa con un doble objetivo: primero, recordar a sus muertos y, al mismo tiempo, propiciar el acercamiento entre éstos y las generaciones que les han seguido.
Al actuar de esta forma, sin darse cuenta, mantiene su mente activa, agiliza sus recuerdos y organiza sus ideas, de modo que ejercita su memoria.
Además, al convivir conmigo y con mis hermanos estimula su deseo de cohabitar y no aislarse;
sabe que es estimada e importante para nosotros y así conserva la buena imagen que tiene de sí misma.
Sonríe complacida, con la seguridad de saberse escuchada, cuando nos explica cuáles son los componentes de la ofrenda de muertos y su significado simbólico:
-Flores de cempoalxóchitl, las cuales deben colocarse sobre una superficie con un mantel de papel de China picado.
-Copal, resina que purifica el ambiente y que, según la tradición, sirve para que el ánima de nuestros muertos pueda llegar fácilmente a casa a través del olor.
-Una jarra transparente con agua, un vaso y sal, para que sacien su sed y recuperen sus energías después del largo camino hasta acá.
-Pan característico de estas fechas que les quitará su hambre.
-Una veladora encendida les alumbrará el camino que los traerá de vuelta a su casa.
-No olvidar la comida que al muerto tanto gustaba, tal vez tamales, mole, algún guisado, frijoles o enchiladas, café o atole, de preferencia calientes para que despidan más olor.
Incluso los podemos "consentir" poniéndoles la bebida alcohólica preferida o cigarros, para que el ánima de nuestro antepasado sienta que es bien recibida, se le quiere y extraña.
A la abuela no le puede fallar uno de los detalles más importantes en nuestra ofrenda: poner una foto de los parientes o amigos a quienes la dedicamos, así sea abuelito, tía, hermanos y más.
Nosotros también colocamos algunos objetos que más utilizaban, como sombreros, bastón o gafas, por ejemplo, y notamos cómo el carácter de la abuelita es más seguro y su pensamiento más lúcido, es decir, refleja la seguridad y confianza que se tiene mostrándose emprendedora y cariñosa.
Un aspecto que siempre me ha causado tristeza es pensar que las ofrendas no sólo se colocan para los adultos que ya no están con nosotros, sino también para los niños que se han convertido en angelitos y ya no comparten esta vida.
Para ellos igualmente se hace un altar,
en este caso,
con sus juguetes,
dulces y fruta preferidos,
el cual es visitado el 1 de noviembre,
día en que se celebra a los muertos chiquitos
(el 2 es el día de los muertos mayores).
Aunque mi abuela dice que esta es la forma en que podemos expresar nuestro respeto y cariño por aquellos a los que algún día alcanzaremos en el cielo, yo prefiero pensar que estaré con ellos en Mictlán.
Por lo pronto seguiré con estos rituales para demostrarles que no los olvidamos y que nos gusta que vengan a visitarnos, aunque sea por un día, y la forma en que podemos valorar la vida es volteando a ver a la muerte.

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